lunes, 23 de enero de 2012

RASGOS DE UN PENSAMIENTO ÚNICO. 2: La ideología del experto.



La necesidad de una creación de contextos de aprendizaje significativos que proporcionen múltiples experiencias, estimulantes cognitiva y afectivamente, contextos que den sentido a los momentos de aprendizaje, lo más cercanos posible a las situaciones reales, junto con la necesidad de un planteamiento diacrónico que vengan a asegurar estos contextos exige una apertura a la comunidad. Todo esto requiere una participación de la comunidad educativa y del entorno del centro. En primer lugar en el desarrollo del currículo no formal e informal, pero también en la participación de ese entorno en el desarrollo del currículo formal dando pasos hacia una verdadera comunidad de aprendizaje. Esta exigencia se opone a la ideología del experto que pretende argumentar la externalización de las responsabilidades a la que hice referencia. Para esa ideología los problemas vienen generados por la intervención en el hecho educativo de personas ajenas al mismo, no profesionales.

Ideología del experto.

Asistimos en el pensamiento neoliberal al establecimiento de una blindaje del territorio. Frente a la visión política de la educación que otorga su cuota de poder y responsabilidad a la comunidad educativa, se reacciona defendiendo en ella el exclusivo dominio del experto. El experto es a la vez el técnico en la materia que defiende su espacio propio frente a intromisiones ajenas. En esa guerra de reparto de responsabilidades, el docente siente como una amenaza el que cualquiera pueda tener su opinión acerca de lo que procede en la enseñanza, sobre lo que está bien y mal, sobre las causas y las responsabilidades, es entonces cuando surge la retórica de la profesionalización, que como bien dice Mariano Fernández Enguita “no es más que la expresión débilmente sublimada del deseo de librarse de cualquier control externo, pero muy particularmente del control del público”. Para ese pensamiento carece de sentido que un técnico en la materia, un profesional, pueda ser controlado por quien desconoce lo mínimo en el dominio de la misma; “es profesional quien cuenta con un conocimiento exclusivo, incluso esotérico, en un ámbito determinado, en el cual los demás, y en particular el público, quedan por tanto relegados a la condición de legos”. Es así como nos encontramos con un proceso aparente de desideologización (que como no podía ser menos esconde su propia ideología) por el cual el componente ideológico explicitado y reflexionado se bate en retirada frente a una visión tecnocrática y pragmática. En el lugar central del conflicto generado por esta ideología (esto es aunque no se presente como tal) se encuentra el problema de la participación. El profesorado no se opone frontalmente a la idea de participación, al menos a título genérico, en el plano del discurso; pero a renglón seguido surgen las quejas acerca de cómo se ha ido restando competencias a los claustros, de cómo se ha ido comiendo terreno a la labor del tutor. Asumida en el discurso la idea de participación sin embargo, coincide poco con la del discurso oficial, ya que queda reducida para los alumnos a una posición subordinada, de servicio y aprendizaje, y para los padres, a una de colaboración individual con el docente. El deseo real es que la participación de los padres se limite a ser “la prolongación de la mano del docente fuera de los muros de la escuela”. Sin poderse oponer frontalmente a la idea de participación, el profesorado se siente ofendido por ser la única profesión a la que se le reconocen funciones de control y gestión a su clientela. En este desarrollo de una mentalidad de asedio (en terminología de Stephen J. Ball) se produce de igual manera el cerramiento por “arriba”, esto es, la descalificación de las propuestas e iniciativas de políticos y teóricos (en este calificativo podemos incluir a personal muy variado, profesionales de la administración, catedráticos de Universidad, asesores de Centros de Profesores, trabajadores de equipos de apoyo...), bien argumentando el desconocimiento pleno del hecho educativo o la pérdida del contacto con la realidad que le hace perder de vista la complejidad y los matices de ese hecho. Se genera con ello una coraza teórica que sirve tanto para justificar posiciones como para descalificar supuestas o posibles agresiones. En la práctica se trata de un proceso de apropiación de la institución educativa por parte del profesorado. En esta visión de la educación (y de la sociedad) tecnocrática, cada especialista ejerce su dominio sobre un campo, con el único objetivo de alcanzar soluciones eficaces por encima de otras consideraciones de tipo ideológico o político y en la pugna por cerrar su territorio (el “cierre institucional” al que hace referencia M. A. Santos Guerra) se opta por una concepción de profesionalismo como acotación de un campo exclusivo de competencias, en detrimento de una profesionalización entendida como el desarrollo de un conocimiento abstracto al servicio de las necesidades concretas de su público (M. F. Enguita). El desarrollo de una ideología del experto no implica únicamente una lucha por el poder sino que conlleva también un cambio en la concepción de la educación al pasar ésta a ser considerada principalmente un problema técnico.