jueves, 10 de mayo de 2012

RASGOS DE UN PENSAMIENTO ÚNICO. 5. Perfecto burócrata. Perfecto funcionario.



La versión en el sistema educativo del experto burócrata para Weber sería el de profesor como simple instructor, los valores quedarían reducidos al ámbito privado y la enseñanza pública se trataría de una enseñanza libre de valores que como afirmó  Carlos Lerena conduce al reinado de los valores dominantes y a la dictadura del funcionariado. El funcionario se limita a aplicar una reglamentación legal, es ajeno a la realidad sobre la que trabaja y por lo tanto i-rresponsable de los desajustes que pudieran darse entre esa reglamentación y la citada realidad; tienen sus competencias perfectamente delimitadas de las que estatutariamente no debe salirse. Frente a la percepción de  incremento de demandas al sistema educativo interpone la reglamentación, la limitación, el estatuto, la neutralidad... el muro.
En esa dictadura del funcionariado los expertos y la razón tienden a disolver la política, la educación y la cultura en un proceso de desencantamiento. En él los profesores se convierten en simples instructores dejando la educación en valores como asunto privado. Ese profesor-burócrata, por tanto, ha de regirse por la absoluta neutralidad.

En el imaginario colectivo de los docentes aparece el funcionario como ideal, como referencia, establecido principalmente en  tres aspectos, la limitación de su tiempo laboral, la limitación de sus funciones y la limitación de sus responsabilidades. Asistimos a un proceso de mimetismo por el cual el profesorado va adoptando esas características que cree ver en los funcionarios. El profesor se desentiende de todo aquello que ocurra más allá de su tiempo de presencia obligada en el centro, esto en un contexto de tendencia “a reducir y concentrar el horario y el calendario escolares y a supeditarlos a los intereses de los enseñantes más que a los del alumnado o a los de las familias”  (M. Fernández Enguita). Se va estrechando el círculo de las competencias docentes al rechazar todos los aspectos transversales y extracurriculares; se van reduciendo las responsabilidades debidas a su función en un doble proceso, el de la externalización de esas responsabilidades que ya hablé en otro momento y en un segundo de extrañamiento, de alejamiento de la realidad, de desentendimiento de ella. Se produce un distanciamiento progresivo respecto al arquetipo de maestro permanente y respecto a la realidad escolar. El maestro cada vez más vive dos vidas, la laboral (que siempre se pretende que ocupe menos lugar) y la personal, cada vez más distante geográfica y psicológicamente de la primera, muy cerca de la figura del extraño sociológico que utilizaba Carlos Lerena para reflejar ese estar en la comunidad pero no formar parte real de ella y generado por varios motivos, la movilidad social ascendente del grupo social, su alta movilidad geográfica, históricamente los maestros han vivido de paso, con cierta tendencia a  no echar raíces en ninguna parte. Así el extraño sociológico es un desarraigado, un extranjero, cuya situación se ve reforzada por su fuerte espíritu de cuerpo y por la alta tasa de homogamia interna.
Puede resultar un tanto anacrónico resaltar estas cuestiones en un momento como el actual en el que nos encontramos con un claro ataque y desmantelamiento de los servicios públicos, sin embargo, forman parte de un desmantelamiento larvado que ya viene de atrás y que entre muchos hemos colaborado a ello. El perfecto funcionario es un profesional apolítico, no implicado personalmente con su lugar, profesional del lamento pero reacio a la movilización, alejado de lo público como servicio, incluso contrario a las características del servicio público educativo. Puede responder a lo que a él le afecta pero se mantiene distante de lo que representa un ataque a lo público como tal. La defensa de lo público no es solo la defensa de su titularidad estatal, va más allá. La defensa de lo público, aun siendo esencial, no se puede limitar a ciertas condiciones de trabajo sino que ha de suponer una crítica a la micropolítica existente en los centros y a la ideología dominante en ellos. Ha de suponer una insatisfacción constructiva con el servicio que se presta, antes, ahora y mañana. El aprendizaje de estos momentos de crisis ha de ser, en primer lugar, la respuesta a esa agresión, y paralela a ella, la revisión de los errores cometidos y sus consecuencias y el replanteamiento de nuestra actitud. Defender los servicios públicos es construir, desde nuestro lugar y posibilidades, esos servicios.  
 

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