La versión en el sistema educativo del experto burócrata para Weber sería el de profesor como simple instructor, los valores quedarían reducidos al ámbito privado y la enseñanza pública se trataría de una enseñanza libre de valores que como afirmó Carlos Lerena conduce al reinado de los valores dominantes y a la dictadura del funcionariado. El funcionario se limita a aplicar una reglamentación legal, es ajeno a la realidad sobre la que trabaja y por lo tanto i-rresponsable de los desajustes que pudieran darse entre esa reglamentación y la citada realidad; tienen sus competencias perfectamente delimitadas de las que estatutariamente no debe salirse. Frente a la percepción de incremento de demandas al sistema educativo interpone la reglamentación, la limitación, el estatuto, la neutralidad... el muro.
En
esa dictadura del funcionariado los expertos y la razón tienden a
disolver la política, la educación y la cultura en un proceso de desencantamiento.
En él los profesores se convierten en simples instructores dejando la educación
en valores como asunto privado. Ese profesor-burócrata, por tanto, ha de
regirse por la absoluta neutralidad.
En
el imaginario colectivo de los docentes aparece el funcionario como ideal, como
referencia, establecido principalmente en
tres aspectos, la limitación de su tiempo laboral, la limitación de sus
funciones y la limitación de sus responsabilidades. Asistimos a un proceso de
mimetismo por el cual el profesorado va adoptando esas características que cree
ver en los funcionarios. El profesor se desentiende de todo aquello que ocurra
más allá de su tiempo de presencia obligada en el centro, esto en un contexto
de tendencia “a reducir y concentrar el horario y el calendario escolares y
a supeditarlos a los intereses de los enseñantes más que a los del alumnado o a
los de las familias” (M.
Fernández Enguita). Se va estrechando el círculo de las competencias docentes
al rechazar todos los aspectos transversales y extracurriculares; se van
reduciendo las responsabilidades debidas a su función en un doble proceso, el
de la externalización de esas responsabilidades que ya hablé en otro momento y
en un segundo de extrañamiento, de alejamiento de la realidad, de
desentendimiento de ella. Se produce un distanciamiento progresivo respecto al
arquetipo de maestro permanente y respecto a la realidad escolar. El maestro
cada vez más vive dos vidas, la laboral (que siempre se pretende que ocupe
menos lugar) y la personal, cada vez más distante geográfica y psicológicamente
de la primera, muy cerca de la figura del extraño sociológico que
utilizaba Carlos Lerena para reflejar ese estar en la comunidad pero no formar
parte real de ella y generado por varios motivos, la movilidad social ascendente
del grupo social, su alta movilidad geográfica, históricamente los maestros han
vivido de paso, con cierta tendencia a
no echar raíces en ninguna parte. Así el extraño sociológico es un
desarraigado, un extranjero, cuya situación se ve reforzada por su fuerte
espíritu de cuerpo y por la alta tasa de homogamia interna.
Puede
resultar un tanto anacrónico resaltar estas cuestiones en un momento como el
actual en el que nos encontramos con un claro ataque y desmantelamiento de los
servicios públicos, sin embargo, forman parte de un desmantelamiento larvado
que ya viene de atrás y que entre muchos hemos colaborado a ello. El perfecto
funcionario es un profesional apolítico, no implicado personalmente con su
lugar, profesional del lamento pero reacio a la movilización, alejado de lo
público como servicio, incluso contrario a las características del servicio
público educativo. Puede responder a lo que a él le afecta pero se mantiene
distante de lo que representa un ataque a lo público como tal. La defensa de lo
público no es solo la defensa de su titularidad estatal, va más allá. La
defensa de lo público, aun siendo esencial, no se puede limitar a ciertas
condiciones de trabajo sino que ha de suponer una crítica a la micropolítica
existente en los centros y a la ideología dominante en ellos. Ha de suponer una
insatisfacción constructiva con el servicio que se presta, antes, ahora y mañana.
El aprendizaje de estos momentos de crisis ha de ser, en primer lugar, la
respuesta a esa agresión, y paralela a ella, la revisión de los errores
cometidos y sus consecuencias y el replanteamiento de nuestra actitud. Defender
los servicios públicos es construir, desde nuestro lugar y posibilidades, esos
servicios.
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