jueves, 8 de diciembre de 2011

RASGOS DE UN PENSAMIENTO ÚNICO: 1. Externalizar las responsabilidades o la gestión del error.

Trabajar las competencias básicas no es simplemente un problema técnico, ni lo es simplemente ni lo es principalmente. Según mi criterio es, en primer lugar y, por lo tanto, fundamentalmente, un problema ideológico. El trabajo por competencias básicas (qué vieja parece ya esta idea, qué rapidamente arrinconamos las cuestiones que nos exigen, que nos son conflictivas) supone un cambio de perspectiva imposible de llevar a cabo sin una resituación mental (y vital) ante el hecho educativo, sin una cierta caída del caballo, sin una toma de conciencia de cómo el complejo ideológico y político que hemos dado en llamar neoliberal (neoliberal, neoconservador, acomodaticio, regresivo…) ha ido colonizando también el pensamiento docente, configurando, construyendo, la propia identidad como docente, y en concreto, como docente de la educación pública, quizás nuestro propio pensamiento, nuestra propia identidad. Quizás el caballo de Troya ya lo tenemos dentro.

¿Cómo ha podido cristalizar en esta identidad? Me atrevería a apuntar algunos rasgos que entiendo se van extendiendo entre el colectivo docente y que van construyendo un pensamiento más o menos ideologizado, que amenaza con convertirse en un pensamiento hegemónico y que en muchos núcleos se instala como pensamiento único. Un pensamiento único enormemente resistente y con el cual resulta imposible cambio sustancial alguno.

Externalizar las responsabilidades o la gestión del error.

Un conocimiento competente supone un conocimiento eficaz, útil; una persona con ese tipo de conocimiento es capaz de enfrentarse a la realidad, pero la realidad no es algo rígido al que baste con aplicar un conocimiento igualmente rígido, adquirido en bloque y de una sola vez. El conocimiento ha de ser adaptativo y su adquisición un proceso permanente, una cuestión básica de ensayo y error. El aprendizaje por competencias ha de ser ejercitarse en la gestión del error. El error no como algo prohibido sino como fuente de aprendizaje y esto no es simplemente un problema técnico, la primera persona capacitada para esa gestión del error ha de ser el docente y eso, como otras muchas cosas, se ha de llevar en el ADN de la personalidad educadora. ¿Es así como funcionamos? Raramente. A menudo nos enfrentamos al error con el mecanismo de defensa de la exculpación. El error en el aula es un espejo en el que nos vemos reflejados y, por lo tanto, nos pone al descubierto, se hace necesario pues, censurarlo y, en la medida de lo posible, transferir su responsabilidad.

Ahora que tan de moda se encuentra la economía como clave de todo lo que ocurre utilicemos algo de su terminología. Uno de los mecanismos exculpatorios clásicos del pensamiento neoliberal es la externalización de responsabilidades. Dentro de los conceptos clásicos de la economía está el de la externalidad o el efecto-difusión cuando la producción impone costos a otros que no son pagados por los que los imponen. Se trata de derivar los riesgos a asumir por la producción de un determinado bien hacia otros sujetos. La economía neoliberal se encuentra repleta de estas prácticas de externalización de los riesgos por las cuales se hace recaer en los consumidores, usuarios o en la sociedad en general en el caso de muchos bienes públicos, los riesgos (y sus consecuencias) propios de la producción de un bien. Externalizar es no hacerse responsable de las consecuencias de la producción de un bien. Esa externalización se ha convertido también en una práctica ideológica común por la cual se desvía la responsabilidad del fracaso en la producción de un bien (podríamos incluir la enseñanza bajo este apelativo) hacia otros sectores. Recalco que ese proceso de externalización se produce fundamentalmente en el fracaso y no en el éxito puesto que éste tiene siempre suficientes “padres”. Esta es la práctica política a la que asistimos en muchos procesos de descentralización o de fomento de la autonomía en los centros, especialmente cuando éstos no conllevan aumento de recursos más bien al contrario, en muchas ocasiones suponen un estancamiento o descenso de los mismos. Se trata de derivar la responsabilidad del fracaso hacia el profesorado. Como afirma James M. Ferris, una política de descentralización es preciso que se apoye en alguna forma de contrato que ofrezca quien descentraliza alguna clase de garantías de que no se desatenderán las funciones que se delegan y que no bajará la calidad de los servicios ofertados por quien recibe ahora las nuevas competencias. Esta filosofía política de la descentralización tiene lugar en un contexto de aumento de demandas por parte de la sociedad al sistema educativo; derivado de este aumento de demandas hay un aumento de las responsabilidades de los centros escolares y con ello de las funciones requeridas al profesorado. El discurso de descentralización supone que ante la opinión pública aparezcan los centros escolares como responsables únicos de la satisfacción de esas demandas. Ese fenómeno implica que al aumentar las exigencias (la escuela se ha convertido en la clave casi mágica de la solución de todos los problemas económicos y sociales y con ello la responsable última de los fracasos en esos mismos problemas) aumentan con ellas las culpas, y con ello se genera una reacción en el profesorado clara: el profesorado también practicará el mismo mecanismo de externalización de responsabilidades que viene sufriendo. La responsabilidad del fracaso de la educación puede aparecer en primer lugar en los propios alumnos, al fin y al cabo el empeño del profesorado en que aprendan sus alumnos no se trata sino de un empeño inútil, “de donde no hay no se puede sacar”, este es el sentir cada vez más común entre el profesorado. Las capacidades innatas y familiares del alumnado se convierten en factor determinante del éxito o fracaso escolar. En consecuencia la externalización también alcanza a la familia, el profesorado requiere la colaboración ineludible del entorno familiar sin el cual cualquier labor docente es inútil. Es evidente la importancia que en la educación tiene las capacidades innatas del alumno y su entorno familiar, pero también lo es que inculpar a ambos del fracaso escolar supone un planteamiento determinista que conlleva una devaluación de la labor docente. El profesorado pretende conseguir su exculpación a cambio de negar su papel en el proceso educativo. La otra cara de la misma moneda es la culpabilización que sobre el sector docente hacen recaer padres y madres, queja frecuente entre el profesorado. Pero en este discurso del lamento permanente no puede faltar el efecto boomerang, la responsabilidad es necesario buscarla también en la administración educativa y aparece una crítica a los políticos que llevados por intereses espurios y alejados de la realidad educativa gestionan la educación sin un norte definido y sin objetivos reales de mejora. Esto, lamentablemente, tiene gran parte de verdad, pero de nada sirve encerrarse en el círculo vicioso del lamento permanente en el que nadie se atreve a coger el toro por los cuernos que a él le corresponden.

El error del mecanismo de externalización no reside en la búsqueda de diferentes responsabilidades de los fracasos, sino en la exculpación de uno mismo ya que esto pone de manifiesto dos cuestiones: en primer lugar, la falta de reflexión crítica y autocrítica, de dinámica reflexiva; y en segundo lugar, una pérdida de compromiso con el hecho educativo. El docente desaparece, nosotros desaparecemos, nos autoexcluimos de la cuota de protagonismo que siempre queda en nuestras manos. Afirmar que en cualquier lugar, en cualquier circunstancia, una persona marca la diferencia, no es un idealismo sino una obviedad, y es esta obviedad la que en ocasiones puede parecernos insultante porque nos deja en evidencia.

Gestionar el error solo es posible desde la humildad intelectual y la curiosidad intelectual, dos actitudes que solo son posible transmitir desde el contagio; ambas no solo tienen que ver con los procedimientos sino también, y yo diría que en primer lugar, con las emociones, con la relación que yo establezco con el alumnado, solo desde aquí puedo plantearme un cambio procedimental.

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